Comentario
Resultaría poco menos que inútil tratar aquí de desarrollar de forma pormenorizada los múltiples incidentes que tuvieron lugar entre la población española y las tropas francesas durante estos años, y exponer todas las operaciones que desplegaron ambos ejércitos, cuando historiadores como Geoffroy de Grandmaison necesitó tres volúmenes y Gómez de Arteche catorce para historiar la Guerra de la Independencia. Nos limitaremos, por tanto, a señalar las fases más importantes del conflicto y a destacar sus aspectos más significativos.
Al iniciarse las hostilidades, los ejércitos franceses sumaban algo más de 110.000 soldados, que bajo el mando de Murat se distribuían en cinco cuerpos de ejército. A estas fuerzas se sumaron 50.000 hombres a mediados de agosto de 1808. El ejército español, por su parte, contaba con 100.000 hombres encuadrados en las tropas regulares, de los que 15.000 colaboraban con las imperiales de Dinamarca antes de que se produjese la invasión de la Península. La superioridad numérica de las fuerzas francesas se veía acentuada por la mayor movilidad y autonomía de sus Divisiones. La estrategia francesa se basaba fundamentalmente en una serie de factores que llevaba a sus soldados a una continua acción ofensiva. Frente a la línea de combate, utilizada por los españoles y los ingleses, los franceses oponían la formación en columna.
El levantamiento español de mayo de 1808 provocó la inmediata puesta en movimiento de los cuerpos de ejército del general Junot, que se hallaban en Portugal, y los de Duhesme, situados en Barcelona.
Las fuerzas de Moncey y Dupont, concentradas en torno a la capital, conservaban su comunicación con Francia, gracias a las tropas de Bessiéres que, desde Vitoria, cuidaban de la protección de la ruta vital que llevaba a la capital de España. El plan que había fraguado Napoleón consistía en una rápida ocupación del país, aun a costa de diluir sus fuerzas. Bessiéres, sin perder el control de la comunicación Madrid-Bayona, ocupó Zaragoza, mientras que las fuerzas reunidas en la capital marcharían sobre Valencia y Sevilla. Este plan estratégico tendría unas consecuencias nefastas, al dejar extensas partes del territorio español aisladas, sin ninguna conexión entre sí, y sin guarniciones suficientes para garantizar la retaguardia. Por otra parte, Napoleón, al no calibrar suficientemente la fuerza de sus oponentes, había enviado a España soldados bisoños, sin gran experiencia y de escasa presencia por su mala uniformación y su deficiente porte, tan distintos a esa imagen que se había creado en toda Europa de unos militares aguerridos, disciplinados e impresionantemente eficaces.
Una primera fase de la guerra tuvo lugar durante la primavera-verano de 1808. Durante estos meses, la acción de las tropas napoleónicas tuvo unos resultados muy distintos de los previstos por sus altos mandos. El general francés Bessiéres no pudo ocupar Zaragoza, defendida bravamente por Palafox. Las tropas que fueron enviadas en su ayuda desde Cataluña tuvieron que volverse al ser detenidas en el Bruch en dos ocasiones. La expedición a Valencia también fracasó al pie de sus murallas. Pero el mayor fracaso del ejército francés se produjo en Andalucía. El general Dupont, tras saquear Córdoba, se encontró aislado en Andújar. La Junta de Sevilla improvisó un ejército que, al mando del general Castaños, hizo sufrir a los franceses, que no se adaptaron ni al calor ni al terreno, una estrepitosa derrota. Era la primera vez que un cuerpo del ejército de Napoleón se rendía ante el enemigo en campo abierto. La desaparición del ejército de Andalucía tuvo como consecuencia la retirada de los franceses sobre Vitoria para impedir el corte de sus comunicaciones. Por su parte, el ejército de Portugal, que se encontró de esta forma aislado y lejos de la ruta de Madrid, negoció con los ingleses su retirada a Francia por mar a bordo de buques británicos. Así pues, en la primera fase de la guerra fallaron los planes de Napoleón, quien tuvo que tomarse en serio la campaña de la Península.